Desdén
Tercero Interesado
Carlos Tercero Solís
Los cargos públicos se deben asumir con el ánimo y empeño de quien fuera a estar en ellos por años y al mismo tiempo, con el desdén que haga posible dejarlos en el minuto siguiente, pues, así como no hay obligación al llegar, tampoco la hay para permanecer. En este sentido, lo menos que puede hacer un servidor público al asumir una nueva posición, adicionalmente a las atribuciones y funciones previstas por ley y reglamento, tiene que ver más con las formas clásicas de la cordialidad política que lamentablemente, se han ido perdiendo, peor aún, se han invertido en demérito de la función pública, pues cada vez es más frecuente ver “funcionarios” que llegan con todo el desdén hacia la estructura organizativa de sus oficinas, hacia el personal que les da vida y que, en su mayoría forma parte de un sistema profesional de carrera, de una experiencia operativa que representa el esqueleto, músculo y nervios de la dependencia, con una soberbia y despotismo en el que, además, asumen que el cargo les va a durar de por vida. Mandos superiores e intermedios que no se toman la molestia de conocer ni siquiera saludar al personal bajo su mando, bajo su estructura, menos aún recorrer cada uno de los espacios físicos, sedes y oficinas alternas y saludar a quienes colaboran en ellas.
En qué momento se perdió el oficio político en la clase gobernante o qué lo originó, seguro puede ser motivo de un debate adicional; sin embargo, es un tema que merece recomponerse, pues, es inconcebible tal desdén, tal distanciamiento y desconocimiento al interior, que por supuesto refleja y repercute de peor manera al exterior. Los cargos son pasajeros, efímeros, pero los agravios quedan.
La sabiduría popular difícilmente se equivoca y respecto a estos resabios tiene muy claro que “no hay mal que dure seis años”. Luego entonces, de qué sirve un poder del tamaño o duración que sea, si deja vergüenza y animadversiones que duran toda una vida. Indudablemente, es responsabilidad personal de cada “funcionario”, de cada individuo en el servicio público, el decidir el estilo que ha de imprimir a su paso por lo que debiera ser valiosa oportunidad de servir, de ayudar, de hacer amigos; a final de cuentas, los enemigos llegan solos, para qué buscarse más; sin embargo, muchas de las veces, las “personas de confianza”, los “colaboradores cercanos”, son quienes potencian dichas animadversiones al ser causa y origen del desdén de sus jefes hacia su entorno e interlocutores.
Rodearse de incondicionales de plena confianza, es natural, entendible, pero debiera depositarse dicha responsabilidad en quienes tengan el talento mínimo, la sensibilidad y pericia política de operar con la firmeza y fuerza de la mano derecha y la cordialidad, buen tacto de la mano izquierda, solo así sirven tanto a su superior, al puesto y a la dependencia; pues en un símil agreste y coloquial, pero igualmente ilustrativo, cuando un perro bravo ataca, de primera instancia, la molestia es contra el perro, más pronto se cae en cuenta de que el perro tiene dueño y entonces, la molestia es contra quien ostenta la correa; peor aún, cuando la perra es brava, pues hasta los de casa muerde.
En ese desdén, hay personas en el servicio público que pasan sin pena ni gloria por sus encargos, sin el ánimo de aportar o dejar un legado mínimo, dedicados a sus intereses personales, pero sin hacer ni dejar hacer nada bajo su mando, en un malentendido concepto de que si no hacen nada, no se equivocan, no se arriesgan, pues su piel es tan sensible o bien, su imagen pública tan cuestionable, que su permanencia es altamente dependiente del buen ánimo de quien les confirió el cargo y no de sus resultados institucionales, aletargando y haciendo inoperantes importantes y extensas áreas de la administración pública.
El desarrollo de nuestra democracia, la evolución positiva de la vida de nuestras instituciones, pasa por recuperar la humildad y sensibilidad humana y política, recordar no solo en el discurso que quienes tenemos la oportunidad de participar en el servicio público, hemos de mandar obedeciendo y quien manda, quien paga, es la ciudadanía, el pueblo.
Carlos Tercero
3ro.interesado@gmail.com