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Wuhan intenta recuperar normalidad a un año de iniciar el confinamiento por COVID-19

Redacción / Milenio. México. 23 de enero del 2021.- La gran ciudad de Wuhan, China, que de la noche a la mañana se vio por sorpresa aislada y confinada, tras ser la primera en sufrir el virus que aún se cierne sobre el mundo, intenta recuperar su vida con mucha precaución durante el primer aniversario del confinamiento, entre heridas que tardarán tiempo en superarse.

A las 10:00 de la mañana del 23 de enero de 2020, esta ciudad de 11 millones de habitantes despertó totalmente clausurada, con sus accesos cerrados, las calles desiertas y la gente metida en sus casas, en medio del pavor por una enfermedad de la que en ese entonces se sabía muy poco.

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En los primeros momentos del inédito aislamiento, algunos todavía pudieron salir a comprar comida en las pocas tiendas que permanecieron abiertas, pero al poco tiempo éstas también cerraron y nadie se movió de sus cuatro paredes en semanas.

Llegaron los días más terribles: los enfermos se multiplicaban y los hospitales, sin medios ni personal suficiente para luchar contra un virus casi desconocido entonces, no daban abasto para atender a todos los ciudadanos que mostraban síntomas.

Muchos eran devueltos a casa sin un diagnostico claro y algunos murieron allí sin saber siquiera de qué, o sufrieron solos y en silencio la enfermedad, sin apenas información sobre su alcance o sus eventuales secuelas.

Esas primeras semanas, el miedo a lo desconocido y la falta de comida fueron la mayor preocupación en Wuhan, según los testimonios de varios de sus habitantes, quienes quedaron con el recuerdo de pasar hambre.

En los primeros compases, con las tiendas cerradas y todo el mundo confinado, las autoridades todavía no habían podido organizar la enorme operación logística de repartir alimentos en cada domicilio de la ciudad.

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Además, eran los primeros en enfrentarse a un virus nuevo que se cebó con ellos, sin apenas experiencias previas más que la del Síndrome Respiratorio Agudo y Grave (SARS), otra enfermedad causada también por un coronavirus que había afectado a China en 2003.

«La gente no tenía información, no sabía qué era exactamente el virus ni cómo se podía contraer y eso generó mucha ansiedad», explicó la psicóloga Li Geng, que trabajó sin descanso voluntariamente durante el confinamiento con los wuhaneses.
Yu Xingwen, una joven estudiante de medicina que pasó el confinamiento con su familia en el piso 23 de una de las miles de torres de viviendas que pueblan Wuhan, recordó con ese momento «fue como enfrentarse a algo invisible e impredecible», pues no sabía si de repente se iban a contagiar todos «o si algún día podrían salir de casa».

Entre los que contraían covid-19, el problema era otro, dijo la psicóloga Li:, pues ellos tenían miedo a la muerte o a las secuelas que podía dejar la enfermedad, desconocidas en aquel entonces.

Cuando uno está ingresado en un hospital, al menos cuenta con la compañía del personal sanitario y la confianza de saberse en manos de profesionales, pero cuando se está solo en casa o -en el mejor de los casos- con familiares, cualquier síntoma extraño se convierte en una alerta inquietante.

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