ColumnaTercero Interesado

[1982 – 2022] de López Portillo a López Obrador

Tercero Interesado

Carlos Tercero

Largo y sinuoso ha sido el camino que en las últimas cuatro décadas, nos ha seducido con la armoniosa idea de que “La solución somos todos”; de que llegaba el tiempo de “La renovación moral”; que era ya el momento de “Que hable México”; que llegaría la época del “Bienestar para tu familia”; que ahora sí, nuestro voto sería “El voto del cambio”; que por una patria ordenada y generosa, había que actuar con “Mano firme y pasión por México”; e incluso dejarnos convencer al escuchar “Mi compromiso es contigo”; para que, tan solo un sexenio más tarde, el hartazgo social diera un contundente golpe de timón ante la esperanza de que “Juntos haremos historia”.
Es también en estas décadas, que nuestro sistema democrático-electoral, logró evolucionar de una cuestionable Comisión Federal Electoral dependiente del Congreso de la Unión, al Instituto Federal Electoral en 1990, para convertirse más tarde, en 2014, en el hasta hoy vigente, Instituto Nacional Electoral; que independientemente de lo perfectible que como la propia democracia pueda ser, es indiscutible garante del desarrollo democrático y madurez política que como pueblo de México hemos alcanzado.
La democracia participativa, y en específico la participación electoral, tiene el alto valor de que al momento de votar, de ejercer en las urnas el acto personalísimo de depositar la confianza en una persona, en un partido, en un proyecto político, es el momento que más nos iguala a cada una y cada uno de los ciudadanos, porque sin importar edad, sexo, origen, capacidad económica, religión, formación académica o cualquier otra realidad o característica de las que conforman el crisol de enorme riqueza multicultural que nos integra como nación, es el momento en el que todos tenemos el mismo valor ante la democracia, cada voto tiene y conlleva el mismo valor y es, por tanto, un acto de extrema igualdad, que al mismo tiempo, implica una gran diferencia en cuanto a la responsabilidad de cada voto, pues si bien es entendible que una persona de escasa instrucción, disponga de menos elementos reflexivos, es imperdonable que todos aquellos que tienen acceso a la educación, a la información, a desarrollar una capacidad de análisis y con ello a reflexionar con mayor civismo el sentido de su voto, lo hagan por dogma, buscando un beneficio personal o de grupo, y no anteponiendo el interés colectivo y el bienestar de toda la sociedad, que definitivamente merece el arribo de mejores perfiles en cada uno de los niveles y órdenes de gobierno, lo que por ende, requiere mayor seriedad al momento de votar e incluso incidir en el voto de los demás, debiendo anteponer la capacidad, la experiencia sobre el carisma; la inteligencia y trayectoria sobre las estrategias publicitarias.
Recurrentes son los casos de personajes impresentables que llegaron al poder con amplio respaldo en las urnas, como resultado de bien orquestadas elecciones de estado, de sobresalientes campañas publicitarias, que perfilaron al electorado hacia el mejor “producto” y no hacia el mejor gobernante; cuántas veces no se ha impuesto el artista sobre el estadista, o el popular deportista sobre el destacado profesionista, o qué decir, de todos aquellos advenedizos que a la sombra de un fenómeno electoral, llegan por el arrastre de una elección concurrente, creando políticos de oportunidad, sin la menor preparación, trayectoria ni arraigo, que lastimosamente demeritan la función pública, al constituirse en arrogantes réplicas del personaje cuya sombra les dio acceso al poder, casos en los que el abuso de dicho poder, es inminente y que conlleva una enorme corresponsabilidad social, pues es el pueblo quien les permite llegar, al minimizar o soslayar el poder que traslada a dichos extravíos de la política, por no ejercer con seriedad y plena conciencia, la tarea colectiva de designar a sus gobernantes.


3ro.interesado@gmail.com

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